El pueblo de Belchite es un escenario emblemático de la Guerra Civil
que reúne vestigios, algunos visibles, otros ocultos, tanto de la
guerra como del franquismo. El 24 de agosto de 1937 el Ejército
republicano, al mando del general Pozas, en la ofensiva que debía
haberles llevado hasta Zaragoza, inició la batalla para recuperar
Belchite, que resistió el asedio hasta el 6 de septiembre. El 10 de
marzo de 1938 las fuerzas sublevadas de Franco tomaron el pueblo. El
dictador, cuando inauguró el pueblo nuevo, en 1954, expresaba así su
devoción por el lugar: 'Belchite fue bastión que aguantó la furia rojo-
comunista. En los frentes de batalla y en las guerras a unos les
corresponde ser yunque y a otros maza. Belchite fue yunque, fue el
reducto que había de aguantar mientras se desarrollaban las operaciones
del norte. Belchite tenía que poner el pecho de sus hijos para que
fuese posible la victoria. Y de aquella sangre derramada, de aquel
esfuerzo heroico de hombres, mujeres y niños, de ahí nació nuestra
victoria'.
El general Franco quiso mantener intactas las ruinas del viejo Belchite
como símbolo de su victoria, para que nadie nunca se olvidara, y mandó
construir un pueblo nuevo, homogéneo, sobrio, de casas clónicas, en
formación casi militar. Ahora que las ruinas del pueblo viejo
prácticamente han desaparecido debido al desgaste del tiempo y los
saqueos, empezamos a conocer la otra cara de la historia, la que ha
sido silenciada: gran parte del pueblo nuevo fue construido por presos
políticos republicanos. Según ha investigado el periodista Isaías
Lafuente ('Esclavos por la patria. La explotación de los presos bajo el
franquismo', Temas de hoy, 2002), entre 1940 y 1945, la dirección
general de Regiones Devastadas instaló un destacamento penal en
Belchite, en el que trabajaron en condiciones inhumanas una media de
mil presos. Brunete, Belchite, Teruel, enclaves que habían supuesto la
esperanza republicana, fueron los primeros lugares donde Franco envió
presos a realizar trabajos forzados. El ánimo de venganza era evidente,
según se desprende de la primera Memoria del Patronato para la
Redención de Penas, enviada a Franco en 1939: 'Afortunadamente, la
dirección general de Regiones Devastadas ha comenzado a emplear muchos
centenares de reclusos dando, en su ejecución, a esa importantísima
tarea un hondo sentido de reparación moral y de justicia histórica,
pues hace participar en la restauración material de España a aquellos
mismos que directamente contribuyeron a destruirla'.
Las huellas de la guerra y del franquismo en Belchite son palpables: en
el pueblo viejo hay un monumento a los caídos por Dios y por España en
el que aún se celebran actos falangistas, las calles del pueblo nuevo
mantienen las placas originales: plaza del Generalísimo, calle de la
Victoria, 18 de Julio, Calvo Sotelo, avenida José Antonio Primo de
Rivera, y hasta hace pocos años, enfrente del Ayuntamiento, había un
monolito con la inscripción: 'Yo os juro que sobre estas ruinas de
Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su
heroísmo sin par. Franco', pero debido a que fue derribado 'por los
otros' infinidad de veces, el Ayuntamiento desistió de reconstruirlo.
En cambio, la memoria de los caídos republicanos y de los presos
utilizados como mano de obra para construir el pueblo sobrevive,
únicamente, en el recuerdo de los más mayores. Queda, eso sí, el lugar
donde estuvo el llamado campamento, el campo de concentración donde
vivieron los presos y las naves que sirvieron de dormitorios, talleres
y almacenes de materiales de construcción. Los restos de una torreta de
vigilancia y del muro derruido que rodeaba el recinto, delatan, si
alguien te cuenta la historia, la existencia del campo.
Manuel Vaquero, hijo de Belchite, tiene 96 años, y era militante de UGT
cuando estalló la guerra. Su padre fue fusilado en 1938 y él fue
condenado a 20 años. Estuvo tres años preso en Zaragoza y después pasó
un año recluido en el campo de concentración de su pueblo. Construía
cañizos y alimentaba el ganado del jefe del campo. 'Cuando se mataba un
animal, a los presos sólo nos llegaban los huesos. Nos alimentaban con
agua sucia que quería parecer café y acelgas solas, siempre acelgas.
Trabajábamos todo el día. A las seis de la mañana tocaban diana y los
militares rodeaban el pueblo para que nadie pudiera escapar, aunque
algunos, ayudados desde fuera, lo lograron. Los del pueblo que estaban
libres debían mostrar un salvoconducto para entrar y salir del cerco.
Pasábamos mucho frío y hambre
A los presos les descontaban del miserable jornal que les correspondía
dos pesetas por cada hijo, y un tanto por la comida que les daban. Lo
que quedaba sólo les llegaba para algún vaso de vino. La mujer y los
dos hijos de Manuel Vaquero vivían a 4 kilómetros del pueblo, en una
cabaña. Ella cada día tenía que dejar a sus hijos solos y llegar hasta
Belchite, donde la hacían trabajar 'en lo que ellos querían'. Él hacía
cañizos para la construcción y al apilarlos se las arreglaban para
dejar algún hueco donde los presos pudieran tener encuentros furtivos
con sus esposas. Muchas familias de toda España se fueron a vivir a
Belchite, en condiciones extremas, para estar cerca de sus familiares
recluidos en el campo. Algunos tuvieron la suerte de ser acogidos por
la gente del pueblo, otros sobrevivieron como pudieron en las cabañas
de los huertos y, los más, se instalaron en unas naves agrícolas medio
abandonadas, que merecieron el sobrenombre de 'Rusia', cerca del
Seminario, donde estuvieron presos los brigadistas internacionales.
Una vez se hubo cerrado el campo, Dragados y Construcciones se hizo
cargo de finalizar las obras. Algunos presos liberados siguieron
trabajando para esta empresa, dado que con su historial, de rojo y ex
presidiario, les hubiera sido muy difícil encontrar otro empleo. Hacían
falta avales y recomendaciones para que se pudieran reintegrar a la
vida normal. Al mismo tiempo, mientras duraron las obras, los
belchitanos siguieron viviendo entre las ruinas del pueblo viejo hasta
que se les concedió la nueva casa. Los últimos en marchar lo hicieron
en 1964.
Manuel Vaquero, que hoy vive en Zaragoza, se quedó en Belchite con su
familia. Cuando Franco visitó el pueblo para la inauguración, 22
republicanos, entre los que estaba él, fueron identificados y retenidos
en el cuartelillo por la guardia civil, para evitar, según les
dijeron, 'que si algo sucedía les pudiera ser achacado'. Vaquero no se
ha olvidado de nada. A pesar de la campaña de amnesia sistemática y
tergiversación histórica que se ha practicado desde 1939 hasta hoy,
quedan personas que saben bien lo que sucedió. Pero, por desgracia,
siempre llegamos un poco tarde a todas partes. 'En este pueblo, la
Guerra Civil, aún dura', afirma Manuel Vaquero.
Las ruinas, que Franco admiraba hasta el punto de concederles la cruz
laureada de San Fernando, se hallan hoy derruidas en un 90 por ciento.
Quedaron totalmente abandonadas, a merced de los ladrones y de las
inclemencias del tiempo. Asimismo, muchos vecinos desmontaron
prácticamente sus casas viejas cuando les concedieron las nuevas. El
alcalde de Belchite, Domingo Serrano Cubel, del Partido Aragonés
Regionalista, es un enamorado de estas ruinas. 'La guerra no puede
acabar con la historia de un pueblo. Fue un error grandísimo no
arreglar el pueblo viejo -afirma-, no sólo por los valiosos monumentos
de estilo mudéjar que había, y de los que ya queda muy poco, sino por
la idea arquitectónica general, que era mejor que la del pueblo nuevo.
Todo el pueblo está rodeado por una acequia adonde va a parar
inmediatamente el agua de lluvia, sin provocar inundaciones
Domingo Serrano lleva veinte años al frente del gobierno municipal
intentando que lo que queda del pueblo viejo se consolide y ofrezca
seguridad a los visitantes. 'Han tenido que pasar veinticinco años
desde que se celebraron las primeras elecciones democráticas para que
las administraciones se interesen por Belchite. Durante la transición
era un tema tabú. Nadie se atrevía a intervenir aquí por lo que
significaba. Ahora nos han dado una ayuda para consolidar la torre del
Reloj, pero me temo que quieran hacer una restauración completa que
desentone con el conjunto, y no nos llegue más subvención para
consolidar el resto de los monumentos que están en peligro.' Lo que
también se perderá para siempre es lo que hay enterrado bajo los
escombros. Existe un Belchite subterráneo, ya que durante la guerra, la
gente comunicó con túneles las bodegas de las casas para esconderse y
poder comunicarse sin riesgo. Bajo tierra, podría haber documentos y
objetos de valor histórico sobre el pueblo, la guerra y la vida
cotidiana durante el conflicto.
La única persona que realmente ha dado algún beneficio a Belchite por
estas ruinas, y supo sacarles un rendimiento, fue Terry Gilliam quien,
en 1987, rodó aquí su filme 'Las aventuras del barón Munchausen', un
acontecimiento, este sí, que todos en el pueblo recuerdan
perfectamente. Pero la historia de la guerra y la posguerra se pierde
entre brumas. Hay vecinos del pueblo que aseguran que Belchite lo
destruyó la República. Franco consiguió tergiversar la historia.
Siempre habrá que apelar al rigor histórico para restituir la verdad
hasta en lo más evidente: Franco fue el sublevado contra la República y
contra el gobierno democrático elegido en las urnas. El Ejército
republicano defendía la legalidad. Lo esencial aún no está claro para
mucha gente y queda mucho por saber, aunque sea un poco tarde.
(Artículo publicado en LA VANGUARDIA con fecha de 09/10/2002).